26 de abril de 2011

Japón - Kioto - Templo de Kinkaku-ji (Pabellón Dorado) -

Reflejos dorados en el agua

Terminada la visita al Castillo Nijo-jo volvemos al autobús, y desde él contemplamos una escena en la calle, que lo dice todo, no solo por la expresividad de sus protagonistas, sino por esa continua dualidad del país, pasado y presente. ¿Hay algo más hermoso que las sonrisas de esas ancianas hacia un autobús de desconocidos?.

 
Llegamos al templo Kinkaku-ji o Pabellón Dorado, otro monumento Patrimonio de la Humanidad, y otra vez una grandiosa visión ante nuestros ojos. Kyoto y sus rincones, que están de punta a punta en la ciudad, y es bastante grande, nos está ganando visualmente el corazón.


El shogun Ashikaga Yoshimitsu (1358-1408) adquirió la residencia de un noble y la transformó en 1397 en el pabellón dorado, su villa de retiro. Renunció a sus deberes oficiales (aunque no al poder) y se ordenó sacerdote a los 37 años. Por expreso deseo suyo, la villa se transformó en un templo tras su muerte, con Soseki (si, como el gato de Sanchéz Dragó), sacerdote zen del que era ferviente seguidor, como figura superior.

Aunque el pabellón sobrevivió a la guerra Onin, en 1950 fue quemado premeditadamente por un monje trastornado, un incidente que noveló Yukio Mishima en su famoso Kinkakuji. Reconstruido en 1955, se dice que el edificio actual es una copia exacta, aunque sus detractores afirman que el recubrimiento de pan de oro es más brillante y extenso que el original, sobre todo después de la restauración llevada a cabo en la década de 1990.

Es tan bonito y espectacular que no importa que no sea el original. La foto que todos quieren, normalmente con los protagonistas turistas enturbiando la visión, es la de su reflejo en el estanque. 


No visitamos el interior, y nuevamente no hay tiempo para hacer una escapada particular y entrar, aunque lo que había visto por internet no es que fuera el top de la belleza, pero estar tan cerca y no poder disfrutarlo siempre causa cierto sentimiento de impotencia. Para saber si gusta o no gusta algo hay que verlo.

Paseamos por el jardín por el que entramos a ritmo frenético y ahora lo hacemos más pausadamente, aunque este tour de pausado tiene poco. 



Nos paramos en un sitio donde lanzar unas moneditas a cambio de buena suerte en la vida, y cuando estoy contenta me atrevo con todo, y eso que mi puntería raya en la inutilidad, pero ¡¡acierto en el tiro!!

Con esto se termina nuestra visita al templo y nuestras visitas de la mañana. Es la hora de comer y parece que tocan la campana del aviso.



Restaurante local otra vez, las mesas ya están listas y la decoración es espectacular. Toca suelo otra vez pero muy cómodo, hay una silla baja con respaldo y se pueden poner con facilidad las piernas estiradas debajo de la mesa, sólo hay que componerse bien para no chocarse con el de enfrente.

Principalmente sashimi (pescado crudo), descubriendo que la gamba cruda, o esa gamba cruda en particular, no me gusta nada. El cazo con leche hirviendo es para el final de la comida, se le tiene que echar un espesante de un vasito pequeño y luego echar unos tacos de tofu para terminar de hacerlo. Definitivamente pasé del tema, aunque ví como la hacían otros y no parecía tan fácil. 

El postre tampoco me convenció, era una pasta de judía envuelta en un higo o algo parecido, que al primer bocado se quedó en el plato, pero a nuestra guía le encantaban y se metía el postre (tamaño pelota de ping pong) enterito en la boca. Después de la experiencia vietnamita  con el dulce de arroz creo que sería capaz de intentarlo de nuevo, aunque los higos (o las brevas) no me gustan.

Curiosamente, a pesar de lo que escribo con tantos peros a mí me gustó la comida, y para el resto del grupo, y para otro grupo con el que empezamos a compartir visitas y restaurantes, fue con la comida que peor lo pasaron. Y es que esto de los paladares es bastante complicado.

A la hora de la bebida van sirviendo café, pero yo soy de té, y más estando en uno de los países del mismo, se lo pido a la señora amablemente, y me dice que no, que coffee, así que le doy las gracias pero declino el café. Se lo consulto a la guía y me dice que ya lo ha preguntado para otros comensales pero que no es posible. Y justo cuando vuelvo a mi sitio en la mesa aparece la señora con una tacita de té para mí. Ya os podeis imaginar el arigato  (gracias) tan grande con el que la respondí, mi inclinación de agradecimiento y la sonrisa que le dediqué. 



El restaurante tenía un bonito jardín, que si, que por todos lados aparece el verde, y nos damos un paseo por él. Y aquí una bonita historia sobre zapatos. Al entrar en los templos, santuarios, castillos....nos hemos ido quitando los zapatos y dejándolos en unas estanterías al aire libre. En los restaurantes clásicos también, y en este por supuesto también, pero aquí hay unas cajitas con llave para evitar confusiones con intenciones o sin ellas.


El caso es que como andas sin zapatos por el restaurante no se puede salir al jardín, ¡¡pero no!!, ellos siempre tienen preparadas unas zapatillas (muchas) para los que deseen salir a pasear. Y lo mismo ocurre para entrar en los baños, entrar descalzo sería antihigiénico, así que allí están las zapatillas listas para ser usadas. Al principio da reparo, porque es raro esto de ponerse las zapatillas de todos, pero siempre se ven limpias, como si les pasaran pañitos a menudo y las renovarán con asiduidad.


Esta historia de las zapatillas, ponérselas y quitárselas, la había leido en internet y me pareció algo complicado, pero luego es de lo más sencillo: las utilizas y las dejas en su sitio para el próximo.
Un buen recuerdo de este lugar y de este restaurante es el que tengo, pero del que por desgracia no os puedo dar el nombre ni su situación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario