Azul, no tan profundo
En el barrio Bellavista decidimos comer en el restaurante Azul Profundo,
que nos habían recomendado en Madrid, y además su exterior ya es suficientemente llamativo, con un mascarón de proa en su fachada, como para
entrar a él, que para salir siempre hay oportunidad.
A la entrada del restaurante en el suelo nos da la bienvenida la
rosa de los vientos.
Como el exterior hace
presuponer, el interior es profundamente azul y marinero, con infinidad de
salones, decorados de diferentes maneras pero siempre con el mar y su vida de
referencia, con muchos objetos relacionados con él. Madera, mucha madera, y un salón a modo de salón de barco, solo le
faltaba ponerse a navegar el local.
La entrada a los
baños es muy simpática, con el rótulo “to life boats”, pero no ha salido la
foto como para publicarl; esta entrada es compartida con el acceso a la cocina, estando la zona acondicionada
tal cual barco, con paneles metálicos, ojos de buey en las puertas, ya digo,
solo faltaba ponerse a surcar el mar azul y profundo.
En el baño no faltan alusiones al mar, como un cartel del transatlántico
francés Normandie, también hay cuadros a modo
de collage con frases, en ocasiones divertidas, en ocasiones para pensar.
Pasemos a comer. En la mesa hay
manteles individuales de papel, que nos obsequian limpio de manchas a la
salida, con poemas de Fernando Pesoa (El
mar), Pablo Neruda (Oda al caldillo
de congrio), Federico García Lorca (Mar),
un pasaje del libro Cabo de Hornos de
Francisco Coloane, y un poema de este autor dedicado al restaurante:
“El hombre en la costa
nunca
está solo
lo
acompaña siempre
el
rumor del mar
como
los agigantados
pasos
de alguien
que
nunca llega”
De aperitivo nos
sirven un pan riquísimo, para comérselo entero, que es lo que hicimos,
acompañado de mantequilla y de la salsa de las salsas en Chile, el pebre, elaborada con cebolla, tomates,
cilantro, aceite, ajo, limón y chiles… a mí personalmente me chifla, y como a
mi marido no demasiado por la aversión al cilantro que ha desarrollado por el
exceso de uso en la cocina asiática en general, me veo en la obligación de
comerlo sola.
Para beber, seguimos
con las cervezas chilenas, una Kunstmann Torabayo de tipo Pale Ale y una Royal
Guard, siendo la primera más fuerte y para nuestro paladar más rica (la foto no
es por la cantidad de cerveza ingerida sino por un mal enfoque).
La carta es extensa y
muy variada, con muchos platos de pescado, a cada cual más rico por su nombre y
por la composición de los mismos, con mezcla de elementos que en principio yo
no mezclaría, pero decidimos que no vamos a hacer una comida copiosa,
pretendemos seguir paseando por la ciudad todo lo que podamos, y si nos ponemos
las botas, tendríamos que colgarlas para descansar tan profundamente como el
azul del restaurante.
Compartimos unos
ostiones al pil pil, y es que con esta salsa tan española (de momento
española), de origen vasco nos apetecen. Los ostiones son parecidos a las
vieiras y están emparentadas con las ostras, pero estos no nos terminan de
convencer, nos parecen algo insulsos de sabor, y eso a pesar de la salsa, a la
que también creemos que le falta un toque, aunque este toque mojando el chile
gigante sobre el plato hubiera estado conseguido.
En la elección del
segundo plato a compartir hubo discusión gastronómica-marital, pero como yo de
vacaciones estoy muy relajadita le deje la decisión final a él, así si la cosa
salía mal siempre podría echárselo en cara (¡no me leas!). La elección, una
tabla marina, un surtido de mariscos a la plancha (con ajos) con filete de
salmón y vegetales grillados. El resultado, que de nuevo nos llenamos de
ostiones (menudo ostión nos pegamos este día), y además en este plato con exceso en
número, y es que deben abundar en el mar chileno; se dejaba comer pero no nos
pareció exquisito.
Quiero creer que no
fueron las elecciones adecuadas en el día adecuado, pero si tuviéramos que
repetir, en este momento no lo haríamos, y eso sin decir que fuera malo, pero
no fue completamente satisfactorio. En una marisquería o restaurante especializado en pescados pensar que lo mejor
fueron los vegetales grillados es decir demasiado.
Terminamos la comida
con un postre, compartido pero menos, un Celestino con nueces, manjar y helado
de vainilla. El celestino es un panqueque o tortita, el manjar es el nombre que
en Chile recibe el dulce de leche, que a mí se me hace demasiado empalagoso, y
que este manjar no hay que confundirlo con el manjar blanco que comimos en un
postre en la isla de Pascua, el suspiro limeño, que se trata de una especie de
merengue. ¡Líos culinarios y lingüísticos!
Lo mejor del
restaurante, sin lugar a dudas su ubicación y su decoración, además de lo bien
atendidos por el camarero que se encargó de nosotros, y del resto del personal. La comida, habría que darle otra oportunidad para tomar una decisión final.
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