20 de mayo de 2016

Uzbekistán - Historia de Bukhara - Hotel Asia Bukhara


Arte, fe y ciencia

La ciudad de Bukhara es el centro espiritual más importante de Asia Central, contando con una rica historia de más de un milenio, y en su centro antiguo se pueden ver un gran número de madrazas, mezquitas y otras construcciones, unos 150 edificios protegidos. Su población es de aproximadamente 250.000 habitantes y en 1993 fue declarada Patrimonio Mundial por la Unesco. 

La ciudad comenzó a restaurarse en la época de pertenencia a la Unión Soviética, y a raíz de la declaración de la Unesco, comenzó a gastar grandes cantidades de dinero para devolverle el esplendor que tuvo.

Bukhara está emplazada a orillas del río Zerasvhan, y hasta hace un siglo tenía una amplia red de canales y 200 estanques de piedra, donde la gente se reunía para lavar, y por supuesto para conversar (más bien cotillear). El agua de los estanques no se reciclaba, por lo que la ciudad padecía plagas infecciosas constantemente, lo que provocaba una alta mortalidad, con una media de unos jóvenes 32 años. Con la llegada de los rusos, se modernizaron las canalizaciones y se drenaron los estanques.

Bukhara (también escrita Bujara o Buxoro) era un oasis importante, fue fundada hace 2.500 años, y llegó a ser un importante centro para las civilizaciones persa, turca y árabe. Perteneció a los macedonios de Alejandro Magno, a los seleúcidas, a los bactrios y al imperio khusán.

En el año 650 las tropas árabes tomaron la ciudad en su expansión de la Guerra Santa (da miedo escribir estas cosas en los tiempos actuales), y en el año 751, en la Batalla de Talas, derrotaron a los ejércitos chinos de la dinastía Tang, con lo que detuvieron su avance hacia Asia Central.

Bukhara perteneció a diferentes dinastías iranias hasta el siglo X, cuando era la capital del imperio Samánida –que la conquistó en el 850-, y se extendió desde Mongolia hasta las fronteras del actual Pakistán.

En Bukhara floreció la poesía en lengua persa, y la ciencia dio personajes como el filósofo y médico Husain Ibn Adulá Ibn Sina, que escrito así es difícil de reconocer, pero si escribimos Avicena ya nos suena a todos más por haberlo estudiado en el colegio, o  por haber leído la novela El médico de Noah Gordon. La ciudad vivió una edad de oro que la llevó a rivalizar en esplendor con Bagdad, llegando a tener 300.000 habitantes, lo que la convertía en una de las ciudades más pobladas del mundo, junto con Córdoba o El Cairo.

En el año 999 Bukhara cae en poder de los turcomanos karajánidas y del Reino de Khorezm. En 1220 el asesinato del emisario de Gengis Kan provoca su furia y destruye la ciudad, salvándose solamente el precioso minarete Kalon, por la orden directa de Gengis Kan, que lo consideró demasiado hermoso y perfecto para destruirle.

La ciudad se recupera un poco durante el kanato de Chagatai, el segundo hijo de Gengis Kan, y sobre todo durante el siglo XIV, bajo el gobierno timúrida de Amir Timur, que la conquista en 1370, aunque Bukhara se quedará a la sombra de Samarcanda. Los timúridas gobiernan de 1370 a 1526, y durante su reinado se construyen las grandes mezquitas, sobre todo con Ulug Beg, que fueron modelos arquitectónicos en otras zonas del Islam.

En el siglo XVI los uzbecos shaybánidas establecen en Bukhara la capital del kanato y surge un emporio comercial, con grandes bazares y caravanserais; las caravanas procedentes de Oriente Medio (Siria, Jordania, Líbano, Arabia) paraban en su largo viaje. Además surgen mezquitas y madrazas, donde estudian más de diez mil alumnos.

A finales del siglo XVI Bukhara domina un área que comprendía los actuales estados de Uzbekistán y Tayikistán, así como buena parte de Irán, Afganistán y Turkmenistán.

En 1753, el regidor local del gobernador persa, Mohammed Rahim, se proclama emir y funda la dinastía Magit, que rige la ciudad hasta la llegada de los rusos. En la dinastía hubo crueles regidores, siendo quizás el peor de todos Nasrullah Kan, llamado “el carnicero”, que ascendió al trono en 1826 tras matar a sus hermanos y a 28 parientes más.

En 1839 el Imperio Británico envió al general Charles Stoddart a Bukhara para informar a Nasrullah Kan de la invasión inglesa de Afganistán y asegurarse su apoyo dentro del juego de estrategias, influencias y alianzas que se desarrollaba en Asia Central entre Gran Bretaña por un lado y Rusia por otro. El coronel Stoddart, menospreciando la vanidad del emir, le entregó una carta del gobernador británico de la India, cuando esta carta tenía que haber sido de la propia reina Victoria, a quien el emir consideraba de su misma importancia. Para colmo de desgracias, el coronel llegó sin regalos, y para rematar los despropósitos, violó el protocolo al acercarse a la fortaleza, el Ark, a caballo y no a pie. Nasrullah se sintió terriblemente ofendido y encerró al coronel en el Zindon, la cárcel de la ciudad, en el llamado “pozo de los bichos”, donde convivía (por decir algo) con ratas, escorpiones y otros insectos.

Dos años más tarde, en 1841, llega otro emisario británico para tratar de obtener la libertad del coronel Stoddart, el capitán Arthur Conolly, pero el emir lo acusó de ser parte de un complot contra Bukhara en unión de los kanatos de Khiva y Kokand, por lo que Conolly terminó haciendo compañía a Stoddart en la cárcel y en el pozo.

Nasrullah envío una carta a la Reina Victoria, carta que esta no contesta y nuevamente se sintió ofendido en lo más profundo de su vanidad. Además considera a Gran Bretaña una potencia de segundo orden cuando esta es expulsada de Afganistán. Todo ello le lleva a ordenar la decapitación de Stoddart y Conolly el 24 de junio de 1842, antes de lo cual fueron obligados a cavar sus propias tumbas acompañados por el sonido de tambores y flautas.

A pesar de estos actos terribles y de la indignación pública en Gran Bretaña, el gobierno inglés optó por dejar pasar el asunto. Amigos y parientes de Stoddart y Conolly reunieron el suficiente dinero para enviar un tercer emisario (que no es que fuera valiente, es que tenía que tener un punto de locura), el excéntrico pastor Joseph Wolff, para saber de sus predecesores. Parece ser, según cuenta Peter Hopkir en El Gran Juego, que al emir le hizo tanta gracia el atuendo de misionero del pastor que le perdonó la vida.

A mediados del siglo XVIII Bukhara se transforma en un emirato, con sangrientos emires que asesinaban a todos sus hermanos y posibles rivales en el trono. En 1868 pasa a ser un protectorado del Imperio Ruso, tras las llegadas de las tropas del general Kaufman, que deja al emir en su cargo (acto que también realiza en Samarcanda).

En 1918 llegó un grupo de emisarios desde Tashkent (ya bajo control bolchevique) para persuadir al emir Alim Kan de la rendición pacífica, pero este, astutamente, retrasó el tiempo lo suficiente para que sus agentes provocaran una turba anti rusa que masacró a la delegación, y el emir envió una delegación más grande a Tashkent.

Los rusos humillados tuvieron su venganza después. Tras un levantamiento orquestado desde Charjou (localidad situada en la actualidad con el nombre de Turkmenabat en Turkmenistán), las tropas del ejército ruso al mando del general Mikhail Frunze entran en el Ark y así hacen rendirse a Bukhara. Tras ello se proclamó una república socialista independiente hasta que en 1924 fue anexionada a la URSS.

Al llegar a Bukhara lo primero es ir al hotel a registrarnos, dejar las maletas y hacer un pequeño descanso antes de realizar nuestro primer paseo por la ciudad. La fachada del hotel es típica de la arquitectura de Uzbekistán, con un pishtaq con azulejos, y pertenece a la misma cadena de hoteles en los que nos alojamos en Ferganá y en Khiva



Por las noches en el salón de recepción, como también ocurrió en el hotel de Khiva, de la misma cadena, nos encontrábamos los huéspedes en busca de la señal de wifi, que la comunicación familiar así no tiene escapatoria. 


La llave de nuestra habitación es un llavero con un pequeño minarete, que representa al minarete Kalon. 


La habitación está situada en la primera planta, tras recorrer un largo pasillo. 


El tamaño de la habitación nos sorprende, es tipo suite aunque no la solicitamos, pero no es generosa en las vistas (no se puede tener todo, y además no es bueno, que te acostumbras). Hay un pequeño salón en el pasillo desde la puerta de entrada al dormitorio. 


La cama es tamaño king, pero su colchón es todavía más duro que en el hotel de Khiva, lo que augura no buenos descansos, más bien, duros descansos. 


También hay un escritorio y dos sillones a juego con el sofá, aunque lo más llamativo es ese pequeño reloj como perdido en la pared. 


El hotel tiene un amplio jardín con piscina, que adolece de un número de tumbonas suficiente, así que el que llega primero pilla tumbona y no silla. No hay fotos de día porque era yo la que hizo uso de la piscina, como siempre, y nunca llevé máquina o móvil.



En dos horas quedamos con Oyott, en este tiempo uno se queda en la habitación descansando y otra se larga, como ya he dicho, a la piscina a cansarse haciendo unos largos, que prefiere dormir de noche y no de tarde.

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