24 de agosto de 2016

Uzbekistán - Samarcanda - Mausoleo de Ismail Al Bukhary


Tu nombre me suena a leyenda

El nombre de Samarcanda nos trae a todos imágenes evocadoras de viajes exóticos, de lugares mágicos, de historias increíbles, reales o imaginarias, y posiblemente es una de las ciudades que más asociamos a Marco Polo en sus viajes, aunque luego allí no se escuche su nombre, y sobre todo la asociamos a la Ruta de la Seda. Y aquí estamos nosotros, emocionados, en la mítica ciudad de Samarkanda, Samarqand, con una población de más de 500.000 habitantes, lejanos de los casi 4.000.000 millones de Tashkent.

Uzbekistán está en el centro de Asia, y Samarcanda en el centro de Uzbekistán. Posiblemente si la ciudad tuviera aeropuerto, casi nadie pasaría por Tashkent, aunque creo que la capital va teniendo méritos propios para conocerla, con su frialdad soviética y ministerial, a nosotros todavía nos quedan rincones más humanos para visitar en ella.

Samarcanda tiene 5.000 años de historia, con influencias persas, indias, árabes, chinas y por supuesto de los viajeros que llegaron de Occidente. Cuando fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2011 fue nombrada con toda la razón como “Samarcanda, encrucijada de culturas”.

Los griegos la nombraron Marakanda, y como tal ya era la capital del reino sogdiano en el siglo VIII con el nombre de Sogdiana, que luego paso bajo el poder de los Aqueménidas persas. En el año 329 a.C. fue conquistada por Alejandro Magno (¡otro nombre lleno de fuerza histórica!) en su expedición a la India, y el propio Alejandro dijo: “Todo lo que había oído de Marakanda es cierto, y es más bella de lo que había imaginado”.

Hasta el siglo VI perteneció a diferentes reinos e imperios persas, seléucidas (helenísticos) o túrquicos, para terminar englobándose en el siglo VIII en el Califato Abásida de Harran, pocos años antes de que este trasladara su capital a Bagdad.

En el año 751, la victoria de los árabes frente a los chinos de la dinastía Tang en la batalla de Talas, marcó el fin de la expansión de los segundos hacia el oeste, consolidando el poder de los abasidas, y lo que posiblemente sea tan importante como este hecho, obtener de los prisioneros chinos el secreto de la fabricación del papel, estableciéndose en Samarcanda la primera fábrica de papel dentro del mundo islámico.

Hasta 1220 perteneció de nuevo a los persas: samánidas, karajánidas, turcos selyúcidas y otros poderes que fueron emergiendo en la región, y que se beneficiaban del grandioso comercio de la Ruta de la Seda. En 1220 es conquistada y arrasada por el ejército mongol de Gengis Kan. El saqueo y la destrucción de Samarcanda por los mongoles la llevaron al olvido, hasta que en 1370, otro mongol, de nombre Timur, Amir (Emir) Timur, decidió establecer aquí la capital de su imperio en expansión.

Amir Timur apenas vivió en Samarcanda, ya que su misión era la de conquistar, saquear, aniquilar a medio mundo (aunque para los uzbekos no es así), agrandando su imperio, y embelleciendo la ciudad con los trofeos conseguidos. Así, se construyeron madrazas, mezquitas y edificios civiles diseñados por los mejores arquitectos, algunos incluso secuestrados durante las campañas de Timur desde la India hasta Asia Menor; y en estas construcciones se emplearon millones de esclavos. Samarcanda llegó a tener 150.000 habitantes y se convirtió en la capital cultural y económica de Asia Central, y en la ciudad más importante de la región.

A la muerte de Amir Timur le sucede su nieto, Ulugbek, el llamado Sultán Astrónomo, más preocupado en la ciencia que en la batalla. En 1500, los uzbekos shaybánidas toman el control del territorio y trasladan la capital a Bukhara, destruyendo parte de los bonitos e impresionantes monumentos construidos en Shahrisabz, y con ellos comienza el declive de Samarcanda, a favor de Bukhara.

En 1868 fue anexionada al imperio ruso, y los soviéticos aplicaron sin piedad la piqueta, por lo que entre unos y otros la ciudad perdió gran parte del esplendor que la ciudad había logrado.

Nuestra visita a la ciudad no comienza en ella, sino en las afueras, en el Mausoleo de Ismail Al Bukhary, situado a 20 km al norte de Samarcanda. El lugar es un importante centro de peregrinación, y ya desde temprano hay mucha circulación de visitantes. Por supuesto la construcción de este complejo se ha realizado con el beneplácito del presidente del país, Karimov. 


La peregrinación a este mausoleo, junto a los de Shah-i-Zinda y Rukhabad se llama la pequeña Haji. 


La entrada sigue el patrón arquitectónico: un pistahq o arco de entrada, en este caso con el uso del mármol pero sin faltar la cerámica, y una cúpula central bajo él. 



Entramos a un patio muy bien cuidado y bastante ajetreado por el número de visitantes. Está porticado, bien con arcos de piedra, bien por el iwán o pórtico de madera de la mezquita. 




Oyott nos dice que no se sabe muy bien la historia del lugar, y que hablará con otro guía para que nos lo cuente, pero que tendrá que ser en inglés y que si queremos él nos traduce, aceptamos, pero sin traducción -ya que es un favor vamos a hacer el momento más ligero y agradecido-, veremos que entendemos y que no. Así que no nos queda más que esperar un rato largo a que el guía termine con el grupo con el que va, mientras caminamos entre columnas, personas, bajo el sol y en ocasiones buscando la sombra; eso sí, haciendo fotografías repetidas continuamente como en un ejercicio de que el tiempo pase más rápido. 


El guía temporal comienza a explicarnos la vida del santo y erudito que es tan venerado, escritor del libro más seguido e importante después del Corán, donde se recogen hadizes (dichos o actos o conversaciones supuestamente realizados por el profeta Mahoma) que se aplican fundamentalmente a la manera de comportarse.

Al Bukhary nació en Bukhara, en el año musulmán de 194 (810 d.C. para nosotros), un 21 de julio, en viernes. Su padre murió cuando tenía dos años y en su infancia se quedó ciego, por lo que su madre elevaba sus súplicas a Alá para que recobrase la visión, como así cuentan que terminó sucediendo. Dedicó su vida al conocimiento y a la enseñanza, ejerciendo en una madraza. Viajó por el mundo islámico, hablando con eruditos, y recopilando información sobre el hadiz, comprobando la veracidad de los existentes. Finalmente él tuvo que salir de Bukhara por una contestación al emir de la ciudad, que fue considerada ofensiva, y se instaló en un pueblo cerca de Samarcanda, a unos 10 km, donde murió también en viernes, con 62 años.

Su mausoleo está realizado con mármol traído de Irán.


El lujo del mausoleo es tremendo, el mármol y los dibujos brillan con fuerza a la luz del sol. Tanto el exterior como el interior -interior que está siendo restaurado y mantenido como corresponde a este lujo- están llenos de detalles decorativos. 




El mausoleo está coronado por una cúpula que es lobulada, pero por supuesto que es de un azul fulgurante, su diámetro es de 17 m. 


La tumba de Al-Bukhary se sitúa en el centro del mausoleo. 


Tras las explicaciones del guía, que seguimos más o menos bien en su inglés pronunciado como el nuestro, entramos en la mezquita, un amplio espacio con capacidad para 1.500 personas, con una gran araña de cristal bajo la cúpula -estas lámparas siempre las asocio a palacios y me cuesta mucho adecuarlas al mundo islámico religioso-. 



El complejo también alberga un pequeño museo, donde se exhiben manuscritos del Corán, ejemplares del Corán regalados por emisarios y regentes de otros países, así como otros objetos también regalados en sus visitas por ellos, la mayoría elaborados con nobles y lujosos materiales: nácar, oro, plata… 





Por los reflejos de la luz del sol en los cristales de la vidriera expositora, este Corán parece estar iluminado y bendito, parece el "Extasis del Corán", se trata de un regalo de la República de Chechenia.


Por supuesto, está el libro de hadizes escrito por Al Bukhary, este fue impreso en Egipto en 1257. 


En el complejo del mausoleo, junto a un pequeño estanque, no puede faltar, una fuente manando artificialmente desde unas rocas, una bonita escenografía bastante concurrida. 


Finalizando la visita nos encontramos con otra pareja de novios, a los que sonrío y enseño mi cámara para pedirles permiso a hacerles una fotografía; me gusta el colorido pasteloso azul uzbeko del vestido de la novia, muy al estilo de Sherazade y menos occidental. 


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