15 de enero de 2018

Dubái - Hotel Burj Al Arab


De siete estrellas, eso dicen

Para nuestra estancia de una noche en Dubái, y teniendo en cuenta que por la ciudad pasaríamos más bien poco tiempo, el calor no favorecía para hacer turismo y no queríamos empezar el verdadero viaje, que es Myanmar, ya cansados, con lo que consideramos esta escala larga y forzada por los horarios de los vuelos como un placentero tránsito, elegimos el hotel Burj Al Arab, uno de los edificios insignia de la ciudad, con su característica forma de vela, construido en 1999 y de 321 m de altura, propiedad del jeque del emirato, Mohammed Bin Rashid Al Maktoum, como también lo es la compañía aérea Emirates y el imponente edificio del Burj Khalifa.

Hay un control en el camino para tomar el puente de acceso en coche, en el que piden nuestros nombres para confirmar la reserva, parece que aquí no se entra para cotillear, o duermes, o comes o bebes, pero siempre con reserva. 

 
No hay duda que el edificio, cuyo nombre significa "la torre de los árabes", situado por supuesto en una isla artificial, es bonito con su forma de vela, tanto en la lejanía como en la cercanía, en esta última se ve mucho más "rechoncho". 



Desde el camino de acceso (hay un lateral para peatones), así como desde el propio hotel se tiene una buena vista del hotel Jumeirah Beach Hotel, también propiedad del jeque, que cuenta con su playa privada. 



Desde este camino, vimos en la lejanía entre la neblina de calor y arena como surgía la ciudad y sus rascacielos, destacando el impresionante Burj Khalifa cual coloso que liderara el grupo casi fantasmagórico de edificios, como sombras desvaneciéndose o a punto de hacerse realidad (a gusto del que los vea). 



Hacia el otro lado, también surgen entre la neblina los edificios de Marina Dubai, donde hay algunos rascacielos muy interesantes para conocer, toda la zona en sí merece una visita, pero aunque estaba casi programada su visita (consideramos firmemente el uso del autobús turístico hop on hop off), finalmente lo dejamos pasar en favor de la calma. 


En recepción nos atiende una amable señorita, que nos ofrece una toallita fría para refrescarnos (y estamos a primera hora de la mañana, ocho más o menos) y unos zumos, ambos los cogimos con gran satisfacción. Con nuestros pasaportes y referencia de reserva va a realizar los trámites, y siendo tan temprano, lo que estábamos pensando era en la posibilidad de que nos dejaran dar una ducha y cambiarnos de ropa, para recorrer algo de la ciudad en la espera de poder entrar en la habitación, cuyo check in es a partir de las 15 h. 


En la zona de recepción y vestíbulo hay una pequeña fuente con pequeños saltos de agua, a cuyos lados hay dos escaleras mecánicas, la de subida pasa junto a un acuario, que supongo que es el que se encuentra en el restaurante de Nathan Outlaw at Al Mahara. 


La decoración interior del edificio estuvo a cargo de la diseñadora china Khuan Chew, siguiendo las instrucciones que el jeque le dio para el diseño de las suites y el atrio, que eran  las de impactar e innovar. Khuan y su equipo utilizaron grandes cantidades de mármol, terciopelo y hojas de oro para adornarlo. Seis meses antes de la inauguración, el jeque visitó el hotel para dar su opinión; la majestuosidad de las suites cumplió sus expectativas de demostrar lujo y grandeza, pero al ver el atrio pintado de un blanco minimalista, lo rechazó. Se rediseñó añadiendo brillantes colores en el techo, fuentes de aguas danzantes, un espectáculo de luces multicolores y acuarios gigantes (para gustos los colores y las fuentes).
Disfrutamos de la bella composición arquitectónica y decorativa del interior, con gran luminosidad. 



En los laterales de este triángulo, los pasillos por los que se reparten las habitaciones, en el centro se sitúa la recepción de cada uno de los pisos. 


Somos afortunados y nuestra habitación está disponible, ¡bien, bien, bien!, así que la señorita de recepción nos acompaña a ella, por lo que subimos por la escalera mecánica que lleva a un amplio distribuidor en el que hay tiendas, el acceso a una cafetería y a algún restaurante, y a los ascensores. De nuevo, una fuente con saltos de agua, ahora ya horizontal, alegra el espacio. 


Vista de los pasillos en los que se reparten las habitaciones. 


Nuestra habitación está al fondo de un pasillo, una One Bedroom Panoramic Suite, que de tamaño es descomunal, aunque este tamaño también es parte de su desventaja porque da la sensación de estar medio decorada, sobre todo si el uso es para dos personas únicamente, y no es que nos gusten precisamente las habitaciones abigarradas de mobiliario, pero tan espaciosas al final es un espacio algo desangelado.

Frente a la puerta de entrada a la habitación, un escritorio con su ordenador Apple, y en un armario hay una máquina de café de cápsulas, y un calentador de agua para el té. A continuación, como parte del relleno de mobiliario -eso nos parece- un rincón con dos butacas y una mesa. Pero lo que es más llamativo sin lugar a dudas es la amplia cristalera. 


A continuación una mesa con cuatro sillas y finalmente una chaiselongue en la esquina. 


Hay una barra de bar con dos taburetes, con una botella de vino de cortesía, pero hay que tener cuidado con los delicatesen en cajitas que contienen frutos secos y almendras, u otros objetos, que son de pago. Eso sí, algunas de las cajas son monísimas, con la forma del edificio. 



El espacio del salón se completa con un amplio sofá frente al que se encuentra la pantalla de televisión. 


En esta planta también hay una habitación en la que guardar maletas -o los cojines y decoración de la cama, que es lo que hicieron-, para que no estorben ni con la visión, además hay un pequeño aseo -sin bañera ni ducha-, muy útil para evitar tener que subir las escaleras para acceder al baño principal. 


Desde la cristalera tenemos vistas del hotel Jumeirah Beach y de su playa homónima, así como de un pequeño atracadero de barcos. 



Una lujosa escalera, que parece de una mansión de película o serie de televisión, conduce al piso superior, donde se encuentra el dormitorio. 


La cama por supuesto que es muy amplia y muy cómoda, con el “detallito” del espejo sobre ella. 


El espacio cuenta con sus propios inmensos ventanales, no en vano la habitación recibe el nombre de panorámica, y también cuenta con un pequeño diván, un galán de noche, un mueble del que por detrás surge la televisión (no vaya a ser que oculte las vistas, mejor ocultarla a ella) y una cómoda butaca con reposapiés. Sitio para sentarse no falta en la habitación, hay para elegir de todos los tipos. 


Por detrás de la cama hay un inmenso vestidor con amplios armarios, que resultan ridículos para los cuatro trapos que sacaremos de nuestras maletas para pasar el día. El baño es un esplendor visual con mosaicos y dorados, aunque creo que el acceso a la bañera de hidromasaje se queda algo corto, tenía que ser ésta más exenta para que el conjunto no desmereciera el tamaño; y además los mandos de la grifería no son precisamente cómodos, con las manos mojadas cuesta accionarlos o pararlos (mira que soy quisquillosa). 



Aparte de la poca funcionalidad de los mandos, nada que objetar a la amplia ducha con un buen canal de agua, así como la posibilidad de activar los chorros de masaje; pues mira sí voy a buscar un detallito, no estaría mal un banco de piedra para sentarte y disfrutar más y mejor de los chorros, y es que hay espacio para él. 


Aparte de las amenities de rigor: cepillos de dientes, gorro de ducha, peine… tenemos dos pequeños frascos (de cristal) de colonia Hermes, uno para cada uno, que por supuesto se han venido con nosotros.

Ya que han nos han permitido el acceso a la habitación (por lo que supongo que no estaban a plena ocupación, aunque no estuviera situada en las plantas más altas, por lo que nos pidieron disculpas, asombro total ¡¡¡¡!!!!), aprovechamos el tiempo del que disponemos para acomodar la ropa que utilizaremos estos dos días, ducharnos con tranquilidad y redesayunar algo de fruta con la que nos obsequiado, con lo que dejamos para otra ocasión lo de conocer la ciudad, que hubiera sido casi forzoso si hubieran mantenido la hora de entrada. 


Una vez listos salimos a la calle, recibiendo un soplo de calor sobre nuestros cuerpos, y en un taxi vamos a la visita concertada al Burj Khalifa, que una vez realizada comemos y curioseamos un poco por el Dubai Mall, y volvemos al hotel, que esta tarde disfrutaremos un rato de la piscina antes de la cena -que tendremos en el piso 27, en el restaurante Al Muntaha- . Hacemos uso de la bolsa que el hotel pone a nuestra disposición (si, estuve a punto de echarla en la maleta, pero solo pensar en que me pararan para reclamarla me producía tal vergüenza que me arrepentí al momento, que otra cosa es que hubiera tenido el cartelito de complementary, pero no parecía un souvenir de regalo). 


El hotel cuenta con varias piscinas, una para niños, otra con profundidad pero no demasiada, que no estaba muy ocupada. 


Y la piscina-playa, ya que el suelo ha sido sustituido por arena, con vistas al mar, en la que hay alta ocupación. Cuenta con hamacas individuales o para parejas. 


Se pueden alquilar unas “cabañas” para pasar el día, en las que hay un sofá, una televisión y cuentan con aire acondicionado; tienen su precio, el lujo se paga. 


Una vez instalados en nuestra hamaca doble, nos han colocado y desplegado las sombrillas para tener la mayor sombra posible, somos obsequiados con una bolsa con cuatro botellas de agua casi congelada, dos toallas mojadas con agua fría y un spray pulverizador de agua para refrescarnos. ¡Toma ya! Esto sí es complementary


Ya podemos bañarnos en esa piscina con vistas al golfo, donde hay unas hamacas sobre el agua que son un placer. A cada lado de la piscina además hay un jacuzzi. 



Desde la piscina además tenemos vistas del edificio en su parte trasera, menos conocida. 




A la mañana siguiente el vuelo era muy temprano, así que optamos por pedir el desayuno en la habitación, incluido en el precio, y disfrutar de ella y de sus vistas con tranquilidad.